The Lady of Shalott


John William Waterhouse, The Lady of Shalott, 1888, Tate Britain


Aquel viernes de Abril fuimos otra vez los cuatro a acampar el fin de semana en la explanada junto a la pequeña rada oculta del embalse. Se había convertido en ritual ir allí al terminar el invierno. La excusa oficial era componer y preparar un nuevo repertorio para la temporada, por lo que nos llevábamos las guitarras. Acampábamos junto a un bosquecillo de encinas por encima del talud que dejaba al descubierto el bajo nivel del agua. Las chicas no podían venir: Eran una distracción. Debían creer que nos íbamos de juerga. Cierto es que circulaba algo de marihuana, pero eso era todo. Y siempre regresábamos con canciones nuevas, y al menos un par de ellas nos parecían buenas. Entonces.

Una de aquellas tardes, mientras veíamos ocultarse el sol tras la sierra  del otro lado del pantano, tanteando las guitarras en busca de algún riff inspirado, el "Acorde Perdido", un coche descendió a la explanada desde la carretera próxima. No podían vernos, pero nos ocultamos ya que no estábamos seguros de que aquello no fuera propiedad privada. El coche era un Maserati Biturbo, un vehículo que parecía fuera de lugar allí y en aquel momento.

El coche se detuvo y de él descendió una mujer, sola, de aspecto más bien urbano, bright city woman, llevando sólo una bolsa pequeña de lona. Se acercó al borde del agua y gritó:  "¡Barquero!".

Recordamos entonces que de aquel sitio partía un camino que en el pasado atravesaba el valle y que, cuando se construyó el pantano, la empresa tuvo que comprometerse a mantener la comunicación con la otra orilla por un periodo quizá de años. Por eso estaba el barquero. En la otra orilla —el pantano tendría medio kilómetro de ancho en aquel punto— había una única casa, inaccesible por carretera, casi oculta tras una fila de cipreses.

La mujer volvió a llamar al barquero. Una voz, débil por la distancia, le respondió desde la otra orilla. La mujer levantó la vista hacia donde nos encontrábamos y pareció quedarse escuchando, inmóvil, como suelen hacerlo los animales salvajes. Permanecimos ocultos, hablando en susurros, como críos. 

En la luz decreciente del crepúsculo, distinguimos en la otra orilla a un hombre arrastrando una pequeña barca hasta el agua. Se subió a ella y comenzó a remar hacia nuestro campamento. La travesía le costó casi media hora y, cuando estaba ya cerca, vimos una silueta en la proa, un perro silencioso mirando al frente como un mascarón vivo.

La barca tocó tierra. La mujer subió a bordo ayudada por el barquero y se sentó muy rígida en la bancada de popa. El hombre puso de nuevo la barca a flote y comenzó a remar hacia la otra orilla. Al poco el perro se arrojó al agua y empezó a nadar tras la barca. Luego debió cansarse y el barquero le subió a bordo, donde se sacudió el agua con la energía con que lo hacen los perros. La mujer se protegía de las salpicaduras con gestos de desagrado. Les oíamos conversar en voz baja en el silencio del atardecer. Y poco después, ya en la lejanía, la voz de la mujer cantando sottovoce. No reconocí la canción, pero sí oí claramente el final:



…Qué sola muere mi gata Luna,
Qué sola y triste vivo yo.


             *   *   *


El fin de semana fue bastante productivo. Dejábamos pasar el tiempo pacíficamente tarareando y haciendo correcciones a las melodías que acabábamos de inventar. Y el domingo recogimos todo y nos marchamos. El Maserati seguía aparcado donde lo dejara la desconocida dos días atrás.

Un par de meses después, ya bien entrado el verano, pasé por aquel lugar y me pudo la
curiosidad. Bajé hasta la explanada y vi el Maserati exactamente en el mismo lugar. Pensé que la mujer iría con regularidad a la casa de la otra orilla. Pero de pronto tuve un mal presentimiento, sin ninguna razón pensé que el vehículo no se había movido desde la anterior vez que lo vimos allí. Y mi intuición se confirmó al ver que le habían quitado las ruedas. Estaba muy sucio, pero por lo demás parecía intacto, las puertas estaban cerradas y el interior vacío.

Un coche abandonado es siempre una visión melancólica. Más aun en aquellas
circunstancias. Y para que no faltara nada, recordé el cuadro de Waterhouse y los versos:


She floated down to Camelot:
And as the boat-head wound along 
The willowy hills and fields among, 
They heard her singing her last song, 
The Lady of Shalott.


             *   *   *


Muchos años después, cuando mi memoria había ya borrado todo aquel episodio, pasé un día por la explanada junto al pantano. Y de pronto recordé y bajé hasta nuestro viejo campamento.

El nivel del agua estaba muy bajo, por la falta de lluvia en los últimos años. Ya no había barquero ni se veía la casa de la otra orilla. Me acerqué hasta el lugar donde estuviera años atrás el coche abandonado. Sólo una leve mancha oscura de restos de aceite marcaba el lugar. No puedo creer que esté escribiendo esto. Bajé por la ladera seca del pantano y vi un bulto cubierto de arena sobresaliendo en lo que antes fue el fondo de las aguas. Se me encogió el corazón: Eran las cuadernas de lo que había sido una chalupa.

Y como una revelación, entendí lo que no había visto el primer día, y que ahora me parecía tan evidente: La mujer desconocida no tenía intención de regresar cuando llamó al barquero, había cruzado el lago para quedarse.





16 comentarios:

  1. Un romanticismo a la antigua usanza que enamora. Me has tenido en ascuas todo el tiempo, y lamento no saber inglés, porque me hubiera encantado desentrañar el significado de ese poema que mencionas. La música, la barca (quizá una metáfora), la muerte y, sobre todo, ese auto abandonado que delata la soledad de ella... Te ha quedado redondo.

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    1. Sara, muchas gracias por tu visita.

      Aquí encontrarás una versión del poema de Tennyson (aunque incompleta) con traducción al español y cantada por la increíble Loreena McKennitt.

      Saludos.

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  2. Me ha gustado mucho este texto lleno de referencias clásicas y con muchas lecturas posibles, como las imágenes que sólo vemos reflejadas en un espejo.

    Desde hace muchos años, una reproducción de gran tamaño del cuadro de Waterhouse adorna el recibidor de mi casa.
    Cuando lo vi en la Tate, ya te imaginas lo que me pasó ;)

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    1. Hola Ángeles. Ya sabes cuánto me gustan las interpretaciones múltiples, una cierta ambigüedad, cosas dichas no muy claramente, las muñecas rusas… Y no es que me guste de por sí lo intrincado, como para hacerme el interesante, es que me gusta la idea de que al lector le vengan a la mente imágenes de su propio mundo interior, que piense y relea. Es muy bueno para las neuronas.

      Y bueno, ¿qué te pasó en la Tate? ¿Intentaste comprar el cuadro?, ¿le hiciste una foto con el móvil a hurtadillas?, ¿the entró el síndrome de Stendhal y te tuvieron que sacar al jardín a que te diera el aire? No sé por qué, no te veía muy próxima a los prerrafaelitas. Pero también yo canto zarzuela en la ducha, o sea que…

      Saludos y reverencias.

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    2. Me alegra que sea bueno para las neuronas, porque yo leo siempre tus textos al menos dos de veces.

      No, en la Tate no pasó ninguna de esas cosas que dices :D
      Lo que ocurrió fue algo tan poco emocionante como que me emocioné, simplemente, aunque sin llegar a esto.
      Pero sí, me encantan los prerrafaelitas. No me verías más próxima a Bacon, ¿no? :D
      Yo en cambio sí me imaginaba lo tuyo con la zarzuela, fíjate :D

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    3. ¿Bacon? Sólo me interesa el Bacon filósofo. El pintor me parece un epítome de la fealdad elevada a la categoría de arte. Su único mérito es haber aparecido en las etiquetas del Château Mouton Rothschild de 1990.

      Lo de la zarzuela es una boutade. La música que en realidad me gusta y escucho es la clásica no muy moderna, y el rock progresivo además de algunos pocos cantautores y algo de jazz-fusion. Pero conozco algo de la zarzuela y aprecio sobre todo su aspecto más paródico.

      Saludos.

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    4. Pues también me alegra que le tengas a Bacon la misma consideración que yo. Por eso esperaba -y daba por hecho- que no lo considerarías entre mis gustos.

      He visto que el enlace que te puse en el anterior comentario no funciona. Disculpa. Era esto, que quizá ya viste en su momento y que desde luego no hace falta que veas ahora.

      Saludos.

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    5. Sí que vi la entrada en tu blog sobre los efectos de la emoción estética. A mí, a veces (con determinadas músicas), se me pone la piel de gallina, me pongo a sudar como un cerdo, e incluso se me saltan las lágrimas. A mi padre le pasaba también a veces (¿será genético?) y alguna vez le sorprendí, con la consiguiente reacción embarazosa por su parte.

      Y en cierta ocasión, estando con un amigo en un concierto de órgano en la iglesia del monasterio de El Escorial, se tuvo que salir con síntomas muy parecidos a un estado de ansiedad.

      Luego sí que existe el síndrome, al menos para algunos. Y a cada uno le da por diferentes motivos, y con diferentes efectos y grados. Nunca he leído una explicación verosímil, aunque sí muchas referencias, con frecuencia literarias.

      Saludos y Stendhals.

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  3. Misteriosa e intrigante esa mujer del lago y esos motivos para no volver. Hay muchas situaciones que debemos mirarlas con distancia y al cabo del tiempo para encontrarles el sentido como le pasó a tu protagonista. Tus jóvenes estaban muy inmersos en su mundo para preocuparse del de nadie más, o al menos a mi así me lo parece y después, con los años uno acaba entendiendo quizá porque nosotros somos distintos o porque hemos vivido.
    Un saludo

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    1. Hola Conxita. Muy precisa tu observación de que los jóvenes ven el mundo con cierta ligereza, y sólo el tiempo le da una profundidad que no somos capaces de apreciar en un primer momento. Y sí, el misterio de la Dama del Lago lo tienes que resolver tú, con tu imaginación… o dejar que siga siendo un misterio. Yo prefiero esto último.

      Gracias y saludos. Siempre bienvenida.

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  4. ¿¿¿Cuándo tuvisteis esa conversación Ángeles y tu??? ¡¡¡Fantástica!!!

    Yo he llorado de emoción al escuchar El amor brujo en la calle Nueva de Málaga. Es una pena que ya no estén en esta calle esos músicos, porque sin duda eran de conservatorio. Ah, y no sé qué tenéis contra la zarzuela :), a Nietzsche le encantaba.

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  5. Vaya, veo que has puesto la fecha a los comentarios. Ahora mi pregunta carece de sentido :) Aunque también puede ser que yo esté tan despistada que no me haya dado cuenta de cuándo estuvisteis hablando del Síndrome de Stendhal, que parece tan extendido por estos lares. Dices que en tu caso, esa especie de "ansiedad" puede ser genética; en mi caso, la emoción por la música también es hereditaria. A mi padre le hubiera gustado ser director de orquesta, y aún recuerdo la vez que mi abuelo materno me llevó a El Cervantes a ver La Dolorosa... Y lloré. Hoy todavía lloro, ya te digo.

    Saludos.

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    1. Hola Sara. Tu comentario sobre tu padre me recuerda una curiosidad del mío: se compró una batuta y "dirigía" la orquesta mientras escuchaba discos. Un poco freak, pero entiendo que la batuta incrementaba su "inmersión" en la música.

      Y el mes pasado le pregunté a mi cardiólogo si mi extrema sensibilidad ante la música podría deberse a los efectos de alguno de los nueve (9) medicamentos que tomo a diario, y que me hacían sentirme a mí, un varón maduro, como si fuese una adolescente con síndrome premenstrual. Se rió y me dijo que no. —Los sentimientos se agudizan con la edad —me dijo— en contra de lo que muchos creen. Si tiene ganas de llorar, hágalo. Procure no montar un número en público, pero tampoco se avergüence de ello.

      Saludos y gracias por tus comentarios.

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  6. Me tranquiliza *entangled* ver que esos sentimientos agudizados no soy la única que los tiene. Hay momentos en que un gesto, una música, una noticia o una palabra me emocionan hasta las lágrimas y me daba hasta apuro, esa incontinencia emocional que a veces aparece y que ni de adolescente premenstrual tenía jajaja
    Menuda dosis de medicamentos!!!
    Un saludo

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    1. Saludos Conxita. Como en todo, esto es una cuestión de niveles. Creo que los sentimientos son un rasgo típicamente humano (algunos animales los tienen aunque en menor grado, como los cánidos o los delfines), pero a partir de un punto, no son buenos, de hecho pueden ser indicio de alguna disfunción endocrina o neurológica. De ahí mi pregunta al cardiólogo.

      Los efectos secundarios en los prospectos de los nueve medicamentos son como para asustar a cualquiera. Así que para compensar, me los tomo con cerveza, en contra de toda recomendación. :)

      Gracias por la visita.

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