Odio




Un mes antes de la muerte de Navarro, descubrí que trabajaba en la misma empresa que yo.

Navarro y yo habíamos compartido colegio, pero me había olvidado completamente de él, y además, su aspecto había cambiado mucho, quizá algo natural después de tantos años.

Le había visto a veces en el aparcamiento, en la máquina de café, sin reconocerle. Ahora me habían incorporado a un proyecto y él era parte del equipo. Al ver su nombre completo en la lista de participantes supe quién era. 

Navarro. No tenía buen recuerdo de él en los tiempos del colegio. Era un chulo que iba dos cursos por delante de mí. Apenas coincidíamos, pero cuando lo hacíamos, siempre tenía para mí una frase despectiva, un empujón, alguna pequeña humillación.

Yo procuraba eludirle. Dos cursos de diferencia era demasiado a aquella edad, así que aguantaba estoicamente. Mis actos de venganza eran siempre imaginarios. Después de dos o tres años se fue del colegio y todo aquello se me olvidó.

Y ahora, resulta que al cabo de los años estábamos en el mismo proyecto. La tentación de la venganza empezó a formarse casi sin darme cuenta. Oh no, no sería nada espectacular. Simplemente me proponía joderle cuanto me fuera posible. En la organización del proyecto él no tenía autoridad sobre mí. Es más, yo tenía cierta posición de ventaja, ya que actuaba como asesor pero sin responsabilidad directa en la evolución de los trabajos. En cierto modo, él dependía de mí.

Si Navarro nunca me había caído simpático, no puede decirse que su carácter hubiera mejorado con los años. Brusco, rozando la grosería, desconsiderado con los compañeros, jactancioso de sus cosas, Navarro no le resultaba simpático a nadie. Mi caso no era especial.

Siempre me he considerado una buena persona, incapaz de odiar, pero de repente, empecé a desarrollar un comportamiento retorcido. Mostraba ante todos una actitud de colaboración total, de deseos de ayudar, de disponibilidad sin reservas, de forma que el equipo me consideraba un elemento valioso y cooperador. Pero a la vez, me las ingeniaba para introducir problemas, dudas, ambigüedades, que nunca parecían provenir de mí, sino de las circunstancias, de la mala suerte. A veces insinuaba cierta falta de previsión por parte de Navarro. Si él hubiera considerado tales y tales riesgos… Quizá —sugería yo sin llegar a decirlo claramente— el problema era la falta de liderazgo de Navarro, su inexperiencia. En las reuniones, yo sonreía, hablaba con suavidad y ponía cara de perro labrador, mientras Navarro empezaba a mirarme más y más con odio creciente. Yo manifestaba públicamente su trabajo eficaz, a la vez que ponía sobre el tapete razones por las que quizá no era la persona más adecuada para tal o cual tarea. Un verdadero ejercicio de equilibrio, un maquiavelismo y una mala uva que me hacían feliz. Feliz como un niño feliz.

La venganza, dicen, es un plato que se sirve frío. Helado.


*  *  *

Y una mañana, llego y me encuentro con la noticia: Navarro ha muerto en un accidente de tráfico. Su coche se ha salido de la carretera en la A-2. Muerto en el acto.

Los empleados forman corrillos y comentan el suceso. Muestran una actitud curiosa: por una parte, un tono serio adecuado al carácter de la noticia, y por otra, una especie de excitación mal disimulada, una competencia por ver quién conoce más detalles, como sucede siempre cuando la gente comenta una catástrofe. Me pregunto si el ser humano no disfruta en parte ante el espectáculo de un desastre que no le afecta directamente.

Se oyen comentarios técnicos. Navarro afirmaba llegar de Madrid a Barcelona en tiempo record. No se puede correr de esa forma. De nada le ha servido su potente berlina alemana, su cinturón de seguridad con pretensor, sus múltiples airbag, sus neumáticos de 235 milímetros y perfil bajo, la carrocería indeformable, la media docena de artilugios electrónicos de control del vehículo.

La cabeza quedó completamente seccionada y la Guardia Civil tardó un buen rato en encontrarla entre unos matorrales. Detalles técnicos. Cómo disfruta la gente comentando esas cosas.

Bien, Navarro ha muerto y yo no he sido. De pronto me siento aliviado. Ya no tendré que seguir practicando mi juego de conspiración. Me pregunto con cierta angustia si me alegro de su muerte. "Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo", dice el proverbio árabe. No era mi amigo, no era un familiar, su muerte no tiene por qué afectarme, y no voy a consentir que me afecte. No tengo por qué sentirme culpable. Era un indeseable, cierto. No se si llegué a desear su muerte alguna vez, quizá lo hice en los tiempos del colegio. En todo caso, ha muerto por circunstancias fortuitas. A otra cosa.


*  *  *

Pasa el tiempo. Pienso en el último mes. Pienso si somos justos en nuestras opiniones sobre las personas. Quizá Navarro era también una víctima como yo. ¿Cómo saber qué le llevó a desarrollar su carácter? Pudo ser una infancia poco feliz, un padre despótico, una familia deshecha, un acontecimiento que le marcó ya en los primeros años. Quizá desarrolló una forma de defensa violenta ante los demás. Si hablas con voz más fuerte que el otro, si le empujas, si amenazas, marcas la distancia, te haces valer, adviertes de que eres peligroso, te proteges, alivias tu miedo. Todos los animales lo hacen. Gruñen, enseñan sus armas, amagan un ataque, no hay gran diferencia con nosotros. Quizá Navarro tuvo miedo demasiado pronto y eso le cambió para siempre.

Creo que iré un día de estos a visitar la tumba de Navarro. Es un fin de capítulo que a lo mejor requiere una pequeña ceremonia. Quizá pida perdón a su espíritu por haberle odiado, quizá arregle las flores de su tumba, quizá rece una oración.

O quizá no. Quizá hay una justicia cósmica, el karma, que arrancó de cuajo tu asquerosa cabeza, que te mató rápida y limpiamente, una muerte piadosa que no te merecías. Lo que te merecías era una muerte lenta llena de avances técnicos de la medicina, arrastrando una bombona de oxígeno, con un cable de plástico en tus orificios nasales; o un intravenoso con una bomba manual para dosificarte los opiáceos, Navarro, cabrón.

Ya me veo ante tu tumba. Aquí yaces. Bien muerto estás, hijo de puta, Voy a arrancar esas cuatro flores de mierda que han crecido alrededor de la losa, voy a escupir en esa lápida pretenciosa de mármol cursi de nuevo rico, voy a desenterrar tus despojos y mear en tu esqueleto y usar tu calavera de cenicero, Navarro, cabrón, estás bien muerto, muerto, muerto, muerto para siempre.



*  *  *

Shadows dance around the room
I know their names
I carry their blood too
They sing forgotten songs
But I know the words
They've been with me since I was born
As I grew I danced with them too

(Radical Face, The Crooked Kind)



9 comentarios:

  1. No me ha encantado tu relato... ¡¡¡Me ha entusiasmado!!!

    ¿Y no se te ha ocurrido pensar que, quizá, Navarro apretó el acelerador más de lo habitual (o se despistó o desconcentró al volante) PRECISAMENTE por los problemas que tenía en el trabajo? En cuyo caso, la razón última (aunque no directa) de su muerte serías tú.

    A mí me ha parecido que, aunque diferentes, "tú" y Navarro no diferís en lo esencial, y que una buena persona, aunque no hubiera tenido nada que ver en la muerte de un ser por el que ha manifestado una maquiavélica hostilidad, se hubiera sentido -al menos fugazmente- culpable de su muerte.

    El final me ha hecho mucha, pero que mucha gracia, y la música es estupenda.

    Yo también le pongo una vela al Cristo para quedarme frita como el Botín, durmiendo (qué suerte tuvo el cabrón).

    Besos.

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    1. Gracias Sara.

      Observo que dices "tú" para referirte al que habla en primera persona en el relato. ¡Eh! ¡Que es sólo un relato de ficción! Yo soy un pedazo de pan… casi siempre. :)

      Pero sí, aunque suene horrible, todos somos capaces de experimentar un odio feroz en las circunstancias adecuadas. Podría desarrollar este punto, pero ello me llevaría a tener que hablar de política, y mi libro de estilo particular no me lo permite. Sólo diré que siento un profundo desprecio por los políticos: tienen la capacidad de generar odio en personas que antes eran corrientes, incluso buenas.

      Gracias y saludos.

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    2. De acuerdo... De acuerdo, todos somos una mezcla difusa entre bien y mal. Y es cierto que cualquiera de nosotros podría ser un asesino, pongo por caso. Y cualquiera que se conozca mínimamente a sí mismo podrá reconocerlo. Pero sin necesidad de caer en el "buenismo" (y siempre, claro está, que no nos veamos arrostrados por circunstancias fatales), el hombre tiene -como siempre- la voluntad de tender hacia el bien o hacia el mal. Lo que quiero decir es que, cuando el mal no es coyunturalmente impuesto, es una elección.

      Habría que hablar sobre si esta elección se basa en la ignorancia, pero eso ya es otro tema.

      Besos.

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    3. El mal es una elección, de acuerdo. La diferencia está en si creemos en la responsabilidad personal de los propios actos, o somos partidarios (es la tendencia del pensamiento dominante) de diluir la responsabilidad: "la culpa es de la educación, de la familia, de la sociedad, etc.)", es decir que todos somos culpables.

      Yo elijo la primera opción: cada quien es responsable de sus actos, independientemente de las circunstancias.

      Puf, el tema da para mucho :)

      Saludos y muchas gracias por tus comentarios.

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    4. Y yo estoy CASI convencida de que quien hace el mal, aún siendo el único responsable del acto que comentamos, no es sino alguien que ignora lo que es el bien, porque, de saberlo, lo haría. Reconozco que no soy nada original en este pensamiento, pues es cien por cien platónico, pero intuitivamente capto la naturaleza ofuscada del mal y la lúcida y luminosa del bien.

      ... Y me callo ya, aunque la culpa la tienes tú por tocar un tema tan apasionante...

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  2. Impresionante.
    Me gusta mucho cómo has reflejado el vaivén emocional del personaje, como si no quisiera o no se atreviera a reconocer ante sí mismo lo que siente, hasta que al final se desata.

    Navarro sería un indeseable, pero el narrador no parece mejor, con todo ese rencor que tenía guardado desde la infancia, listo para saltar como un depredador en cuanto se presentara la ocasión.
    "Ha muerto y yo no he sido" (qué bueno). Pero le parece poco que haya muerto, si él hubiera sido el destino se habría ensañado. Qué peligro...

    Un relato estupendo con un personaje malo y un antagonista peor, en el que el tal Navarro podría haber dicho aquello de "otro vendrá que bueno me hará". Y es que nunca se sabe.

    Saludos y felicitaciones.

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    1. Es eso, el vértigo que nos produce pensar que todos llevamos un monstruo dentro, que podría aparecer en cualquier momento; que el bien y el mal nunca están tan bien delimitados en el alma de las personas como se nos presenta con los personajes de ficción.

      Joseph Conrad exponía en "El corazón de las tinieblas" que lo que llamamos civilización es como los buenos modales, un conjunto de hábitos adquiridos, una pátina mucho más delgada de lo que creemos, que nos mantiene a salvo de la barbarie y evita que nos asomemos a ese abismo interior.

      Muchas gracias y saludos.

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  3. Me ha gustado mucho como has conseguido hacerme sentir las emociones del protagonista, ese diálogo interno sincero y sin filtros por el que nos dejabas conocer a Navarro y me has sorprendido dando la vuelta, no haciendo lo que se esperaba con ese "buenismo" a veces un poco falso que se da a los personajes y haciendo real su resentimiento y su inquina hacía Navarro. Tu protagonista se va mostrando y acaba haciendo (con un estilo distinto) lo mismo que Navarro le hizo a él.

    Me has hecho pensar en lo fácil que parece ser pasarse al otro lado, encontrando justificación en las ofensas y en el dolor que se causó pero al final me pregunto si eso alivia o se sigue enganchado como un adicto a aquello que se quiere olvidar.

    Se podría decir que sí todos llevamos un monstruo dentro, capaz de las peores atrocidades si se dan las circunstancias oportunas y para muestra las barbaridades que se han hecho en las guerras o más cercano esa atrocidad cometida en grupo de delincuentes que más de uno hubiera llamado normales (delincuentes es lo más correcto que se me ocurre para referirme a ellos). Y la pregunta es ¿qué es ser normal? porque visto lo visto mejor no serlo.
    Un saludo

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    1. Nadie es normal. Mientras antes nos demos cuenta, tanto mejor.

      La aparición de la inteligencia en unos primates no muy diferentes de los chimpancés, creó un conflicto que no hemos sido capaces de resolver. Somos en todos los sentidos una mezcla de bien y mal, y aunque la llamada civilización parece que intenta dirigirnos a eliminar el mal, no creo que seamos capaces de ello. Y la historia del siglo XX (por no mencionar otras épocas) es buena prueba de ese fracaso.

      La literatura y la historia muestran la triste condición humana al desnudo. Y nuestra propia introspección nos la muestra a cada momento, si somos honestos, con nuestra imagen en el espejo.

      Saludos y muchas gracias.

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