Time out




El hecho de que el psicólogo fuese una mujer me sorprendió en un primer momento. Luego pensé que eran sólo prejuicios míos. Si te van a hacer, pongamos por caso, un bypass coronario, poco importa el sexo del cirujano. Basta con que sea competente y no le den calambres en las manos en momentos inoportunos.

Freud daba mucha importancia a la relación analista-paciente, hasta el punto de considerarla imprescindible para lograr un buen resultado terapeútico. Luego estas opiniones han sido revisadas y ya pocos las consideran relevantes. En mi caso no habría problema. A primera vista, la psicóloga me pareció solvente, aunque algo distante, neutral. Parecía prestar interés a lo que yo le contaba, y lo manifestaba con las preguntas que me hacía a continuación, Pero podría ser sólo un buen entrenamiento, rutinas adquiridas por la experiencia.

Nada de tópicos: ni yo estaba tumbado en un diván, ni ella tomaba notas en un cuaderno: Estábamos sentados a ambos lados de una mesa, donde había un grabador de voz con un punto rojo encendido. Tras los preliminares habituales, se quitó las gafas apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó las manos.

—Bueno, vamos al grano, ¿Qué le trae por aquí? ¿Qué es lo que le preocupa?

Pregunta jodida y la vez trivial. Me preocupaban las mismas cosas que a todo el mundo: La salud, la muerte, los seres queridos y su destino, las incertidumbres económicas, nada nuevo. Nadie va a un psicólogo sólo por esas cosas.

Era algo más sutil, más difícil de explicar, y a la vez me temo que mucho más común de lo que se cree. Resumiendo era esto: ¿Merece la pena vivir? ¿Aun en ausencia de problemas graves o penurias insoportables? Por qué esa sensación persistente como una jaqueca, de que no estaba haciendo algo como debería; esa sensación de insatisfacción, de fracaso, de tristeza que no llegaba a ser una depresión; esa sensación de incompletitud, de algo que falta pero no sabía qué; ese «esto no es como me gustaría, pero no sé por qué»; like a splinter in your mind, driving you mad

La psicóloga escuchaba en silencio, parecía que con atención y de vez en cuando, hacía alguna pregunta pertinente para aclarar algún detalle.

Lo solté todo. Y al cabo de un buen rato, cuando estaba ya, por así decirlo, lanzado, la terapeuta miró por encima de mi cabeza. Me volví y vi que en la pared a mis espaldas había un gran reloj colgado, que más parecía un reloj de cocina, pero que tampoco desentonaba en la decoración minimalista del despacho.

Me sonrió, aunque sólo con la mitad inferior del rostro. Ya sabéis a lo que me refiero, hay sonrisas que llenan el rostro y otras que son sólo una contracción de la boca.

—Bien, los psicólogos somos como los taxistas o las señoritas de vida alegre— me dijo en tono ligero, casi de broma —trabajamos por horas. Continuaremos en otro momento. Lo que puedo decirle por ahora es que sus preocupaciones son bastante comunes en nuestra cultura, y que en una primera evaluación, no veo en ellas nada patológico. De todos modos, le voy a recetar un par de cosas. Inocuas, no se preocupe. Un ansiolítico ligero y complejo vitamínico B.

Sacó de un cajón un talonario y una pluma, una preciosa Montblanc Meisterstück LeGrand, y se quedó quieta, mirándome, rígida, sin mover un músculo.

De repente pensé que le había dado un ataque de algo. Tardé en reaccionar. Iba a preguntarle si se encontraba bien. Me levanté de la silla.

Un pequeño panel, no mayor que la pantalla de un tablet, con una ranura en su parte superior, se desplegó sobre la mesa de cara a mí. Y allí, con letra clara y grande pude leer:


TIME OUT
INSERT COIN TO CONTINUE

y en letra más pequeña:


Allowed banknotes : EUR, USD, GBP, CAD, CNY, RUB
We accept credit cards: Mastercard, VISA, AMEX

Tras unos segundos, no sé cuántos, de parálisis, de estupor, rebusqué en los bolsillos y encontré una moneda de un euro. Lo introduje por la ranura.

La psicóloga, mirándome intensamente con aquellos fascinantes, grandes ojos, algo tristes, que con tanta fuerza traían a mi memoria los rasgos de una joven Greta Scacchi, dijo sonriendo, esta vez ampliamente:

Oh, so then you are really into birdwatching?

La moneda cayó por la ranura con un seco sonido metálico. La psicóloga continuó:

—Como le decía, no se preocupe demasiado. Pida hora a la enfermera de recepción. Ah, y no se olvide de la receta.

Alargó la mano hacia mí. Sentí mi cabeza inundada de sudor. Antes de estrechársela, dudé un instante, como suelen hacerlo los turistas en Roma cuando introducen la mano en la Bocca della Verità.