Damsel in distress
Saint-Sulpice
Cuando voy a París —y eso no sucede todos los días— voy a unos cuantos lugares de forma recurrente. Es normal que al visitar una ciudad extranjera, vayamos siempre a los mismos sitios, sitios conocidos. Aunque a veces exploramos territorio ignoto, por necesidades que surgen durante el viaje.
En París suelo eludir los sitios ya muy pateados, los tópicos turísticos siempre abarrotados, la Sainte-Chapelle, Notre-Dame, la torre Eiffel, etc. que he visitado otras veces y donde siempre hay colas. Prefiero en cambio acercarme al Parque Monceau y recorrer el paseo de la Comtesse de Ségur; o ir a Petrossian en el Boulevard Courcelles a comer caviar y salmón como si fuera a acabarse el mundo; o al Café de la Paix: Entrecôte a la pimienta y Château Grand Mazerolles; cosas de ese estilo.
Parecería que voy a Paris sólo a comer, y en parte es cierto, pero también hay otras cosas. Me gusta colarme en el museo d'Orsay, aunque sólo para ver el cuadro Le Cirque de Seurat; y paseando por la Rive Gauche llegar al museo Cluny —que es gratis y dejan hacer fotos— para ver las coronas votivas visigodas, parte del tesoro de Guarrazar y los tapices de La Dame à la Licorne; entrar en Saint-Julien-le-Pauvre, y terminar con un café en Odette.
Y hay una ruta cíclica que sigo como un peregrino. Desde el Odette cruzo por Saint-Germain hasta la Rue Saint-Sulpice y la plaza del mismo nombre. Allí entro en la iglesia, que adquirió cierta fama a raiz de "El Código Da Vinci". El templo es excesivo, no muy de mi agrado. Notre-Dame es aun mayor, pero al menos es equilibrado, más airoso y elegante. Saint-Sulpice me recuerda los alardes mastodónticos de San Pedro de Roma.
Suelo detenerme a contemplar un detalle —descrito erróneamente en la novela— y por el cual es famosa la iglesia: la línea meridiana solar, formada por un orificio —el gnomon— en la vidriera al extremo del brazo sur del transepto, que proyecta una imagen del sol sobre el suelo del crucero, donde hay una línea metálica incrustada. La imagen del sol cruza esta línea aproximadamente al mediodía y la posición de la imagen depende de la fecha.
Karma
Suelen llamar karma a esa ley esotérica que nadie entiende muy bien, y que viene a decir que no hay pecado sin castigo. En realidad es algo mas simple: es sólo la ley de acción y reacción, de causa y efecto. Todo lo que hacemos tiene consecuencias inevitables y proporcionales a nuestros actos. Es otra forma de referirse al Primer Principio de la Termodinámica: la materia y la energía se conservan en todo sistema aislado. Si se produce energía, se pierde por otro sitio. "Las gallinas que entran por las que salen".
Poco después de cumplir un año, contraje una meningitis bacteriana, neisseria meningitidis. Mis padres estaban sobre aviso porque se habían dado casos en la zona donde vivíamos. Sobre todo en niños. Y dos de ellos habían muerto. (Todo lo que cuento me lo dijeron años después).
Empecé con fiebre. Pero los bebés siempre tienen fiebre, así que la alarma saltó sólo cuando mi madre observó que mis ojos miraban en direcciones opuestas, como un camaleón. A partir de ese momento todo se movió muy deprisa. En aquella época, obtener penicilina era una odisea (hablo de finales de los años 40).
[inciso]
El 27 de Mayo de 1942, Reinhard Heydrich, Reichsprotektor de Bohemia y Moravia, cruzaba Praga en su Mercedes-Benz 320 B descubierto, cuando dos partisanos checos le arrojaron una mina antitanque modificada. Heydrich sufrió graves heridas, aunque podría haber sobrevivido. Pero las heridas profundas producen infecciones difíciles de tratar: el daño de los tejidos impide que los leucocitos lleguen a la infección, y Heydrich desarrolló una septicemia. Se dice que durante su hospitalización, los gobernantes nazis intentaron obtener penicilina de Inglaterra —que en aquel momento producía ya penicilina para sus heridos— por intermediación de un país neutral. Los británicos se negaron, y Heydrich murió el 3 de Junio.
[fin del inciso]
Tuve más suerte que Heydrich. Mi incidente fue algo posterior, y además, mi padre se las ingenió para obtener penicilina. Nunca me dijo cómo, pero siempre he pensado que fue por algún procedimiento irregular.
Me ponían una inyección cada tres horas. Los meningococos no estaban acostumbrados a la penicilina, así que se llevaron una buena paliza. A las 24 horas ya estaba curado. Sin fiebre, sin síntomas neurológicos y dando el coñazo como todo niño normal de mi edad.
En los años que siguieron, mis padres me observaban con gran preocupación. ¿Habría daños cerebrales que se irían manifestando al crecer? No fue el caso. Mi desarrollo motor y lingüístico parecían normales. Los médicos no apreciaban ninguna secuela. Y yo seguía dando el coñazo. Business as usual.
Pero hay un par de cosas que, aunque no puedo atribuir directamente a mi relación con el meningococo, siempre he pensado que podrían tener algo que ver.
La primera es que, desde mi segunda pubertad hasta el final de la universidad, desarrollé la llamada parálisis del sueño. Yo la llamaba familiarmente catalepsia. En aquel tiempo los médicos no sabían lo que era. Me recetaron barbitúricos, que me hacían sentir de maravilla, y cuando el síndrome desapareció, me olvidé del asunto.
La otra cosa es que tuve epilepsia inducida por luz estroboscópica (llamada epilepsia fotosensitiva). Los graciosos decían que era debido a las luces parpadeantes de las discotecas. A mí me pasó por mirar de cerca un televisor antiguo, de los de tubo de rayos catódicos. Su frecuencia de barrido hacía algo con mi cerebro: lo detenía. En una ocasión me tuvieron que apartar de una pantalla, porque me quedé como atontado hasta que alguien me apartó. ("Some people with PSE (Photosensitive epilepsy), especially children, may exhibit an uncontrollable fascination with television images that trigger seizures, to such an extent that it may be necessary to physically keep them away from television sets".) ¿Tuvo algo que ver con la meningitis? No lo sé. Fui a un neurólogo que quería hacerme un EEG mientras me hacía mirar una luz parpadeante. Quedamos para una consulta, pero nunca acudí a la cita.
Y ahora me pregunto: Si cuando me dieron la penicilina, ésta escaseaba tánto como para estar racionada, y se usaba sólo en casos especiales, ¿quiere eso decir que las dosis que me administraron fueron detraídas de otros pacientes potenciales, enfermos con heridas infectadas o quizá incluso otros niños con meningitis?
Y he llegado a pensar que cuando pase a la otra vida (esto no lo tengo muy claro) me encontraré con alguien que me dirá que era él quien tendría que haber recibido mi penicilina. Y como la ley del karma dice que todo acto tiene sus consecuencias, aunque yo no fuera responsable de aquel incidente, deberé pagar por ello, no sé qué ni cuánto, pero la ecuación debe resolverse, la suma debe ser cero.
Argumentaré que no tuve la culpa, pero el otro me dirá: "No, no pasa nada. Realmente te agradezco que me libraras de pasar por todo aquello. Los colegas zombis que hay por aquí me dicen que fue un completo desastre, especialmente los 80".
Modern Phrenology by Judith Glick |