—Te voy a contar— le dije hace no mucho a un amigo —una historia. Una historia ficticia, pero da igual que sea ficticia porque sólo quiero que me digas lo que te parece.
—Adelante— me dijo —soy todo oídos—. Mi amigo ya me conoce de hace tiempo, y está acostumbrado a mis extravagancias, incluyendo salidas de tono. Es lo bueno de los verdaderos amigos, que nunca se molestan y escuchan lo que les decimos con cierto distanciamiento, aunque no se cortan si hay que criticar.
—Suponte —le dije— que te doy lo que vulgarmente se llama un "sablazo". Te cuento que paso por un momento delicado de escasa liquidez monetaria, y te ruego que me prestes tres mil euros. Como (aparte de ser amigos, claro) sabes que tengo ingresos y que seguramente te los voy a devolver, me los das.
Yo te lo agradezco efusivamente, te indico que se trata de un problema momentáneo, y que en una semana te devolveré el dinero sin falta. Así que pasamos por una oficina de tu banco y me llevo la pasta.
Al cabo de una semana, nos volvemos a encontrar.
—Ya tengo el dinero que me prestaste —digo— te lo voy a devolver—. Entonces me dices que en ningún momento dudaste de que te lo devolvería, que para eso están los amigos o alguna otra obviedad típica de esas ocasiones.
—Aquí está— te digo. —Dos mil setecientos euros—. Pones cara de que te acaban de contar un chiste muy bueno, y me recuerdas que, aunque no es algo vital, en realidad me prestaste tres mil.
—No, si ya lo recuerdo —digo— pero verás. Durante esta semana, el dinero se ha devaluado. No mucho, pero sí algo. Luego está el hecho de que durante esta semana, he mantenido "tu" dinero a buen recaudo. Eso se llama "gastos de custodia". Ha sido "mi" responsabilidad que "tu" dinero no se perdiera ni sufriera ninguna merma, por ejemplo, que alguien me lo hubiese robado. Eso tiene un valor, que se puede calcular. Y hay que considerar que he perdido parte de "mi" tiempo en hacer contigo la gestión de que me prestaras "tu" dinero. Aunque parezca irrelevante, ese tiempo, "mi" tiempo, tiene un valor, que también tendremos que agregar a los gastos del préstamo. No hace falta que añada el factor "confianza". No es lo mismo que me prestes dinero a mí, que a cualquiera de esos gilipollas que tú y yo conocemos, que a lo mejor al cabo de una semanan ni se presentan o te dicen que no se acuerdan de nada. En cambio yo soy de fiar, y lo sabes; si me prestas dinero a mí, tienes la certeza de que te lo devolveré, cosa que no puedes decir de todo el mundo. Y esa tranquilidad, esa confianza, tiene también su valor.
En conjunto, he calculado que todos esos gastos, llamémosles "intangibles", tienen un valor que, expresado en euros, son trescientos. Por eso te devuelvo dos mil setecientos, ya que he descontado todos esos conceptos que te he mencionado. Y ahora dime ¿qué te parece la historia? Pero sobre todo ¿a qué te recuerda? ¿No te parece como "familiar", como si ya te hubiera pasado antes? ¿un deja vu? Sí, no hace falta que me lo digas porque te lo noto en la expresión: es justo igualito a cómo te sentiste al abrir una cuenta en un banco, y fuiste al cabo de algún tiempo a cerrarla, porque realmente no la necesitabas, así que pediste que te dieran el saldo.
Ya veo que te brilla la mirada, veo sobre tu cabeza una llamita, como las que representan sobre las cabezas de los apóstoles en la iconografía cristiana, en Pentecostés; como si te hubieses caído del caballo camino de Damasco; como si de repente se te hubiera revelado la estructura atómica del benceno, como si te dieses una palmada en la frente (una palmada virtual) como diciendo ¡cómo no me he dado cuenta! "Cuenta", así la llaman los bancos, cuenta a la vista, o a veces cuenta "premier" o cuenta "exclusive" o "executive" o "privilege" o cualquier otra estupidez que son capaces de expresar sin ruborizarse. Y es que yo, ya lo sabes, no soy economista, no me dedico a ganarme la vida con lo inexistente, como hacen los demonólogos, por ejemplo. Yo soy sólo un observador de paso, un tertuliano, un escéptico. Y con muy mala leche.