Adiós




Cualquier proceso que evoluciona en el tiempo, con un principio y un final —como por ejemplo, la vida de una persona— pasa por un cenit, por un culmen: el momento en que todo se cumple y todas las potencialidades se manifiestan; en que la disolución y la condensación se alternan sin final, solve et coagula; en que todo lo que tenía que pasar, está ahora presente, de modo casi inevitable. Es ese instante de luz, el fulcro donde convergen los radios de la rueda, el centro que hace que la rueda exista.


Y todos los cambios que vienen después, y que llamamos avanzar, no son más que nostalgia estéril, esfuerzos vanos por volver al tiempo de la magia; por retornar a aquel instante de gloria, a aquel estado de gracia; por recomponer el fulcro destrozado que ha perdido su sentido y ya nunca más volverá a ordenar nuestro mundo.


El gesto inútil de juntar las piezas del jarrón roto, como si pudiésemos retroceder en el tiempo y regresar al instante anterior al desastre.