Hospital americano

 


¿No habéis estado nunca en un hospital americano? No recomiendo la experiencia. Si os gustan las emociones fuertes y los subidones de adrenalina, más vale que os dediquéis al salto BASE. Porque un hospital americano (de USA) está lleno de sorpresas, como un juego de ordenador.

Lo primero que me pasó es que un médico en Jackson Hole me dijo que lo que tenía era un herpes zóster en el nervio trigémino derecho. Ese nervio tiene una rama que va al ojo, y podía destruirme la córnea. Eso lo entendí claramente. Y me sugirió el hospital más adecuado y más próximo. 

Llegas al hospital, enfermo, jodido, chapurreando malamente el inglés, y te reciben con cara de "otro latino que se quiere colar en nuestro hospital". La situación puede ponerse tensa. No estás en la Clínica Mayo, ni en el Johns Hopkins, ni en el Mount Sinai: estás en un hospital de provincias (Salt Lake, UT), porque allí es donde te ha pillado el mal. 

De repente tienes una epifanía. Dices "American Express". ¡Y te entienden! Esas cosas sí que no se les escapan. Entonces todo cambia. De repente pasas de ser "ese que quiere entrar" a ser un "cliente". En USA los enfermos no son pacientes, son clientes. Y si has podido probar tu solvencia económica, pasas al siguiente nivel. 

Entonces un grupo de médicos se reúne contigo y evalúan tu caso. Ponen rostros serios, todo tiene que parecer más grave de lo que es, así, cuando te cures estarás doblemente agradecido, y no torcerás el morro al ver la factura.

Me dan un batín azul, de esos que se atan por detrás y te dejan literalmente con el culo al aire. Me ponen un gotero. El herpes duele un montón. Es como si te doliera toda la cabeza a la vez. No te deja dormir.

Mi primera visita es de un señor que representa los derechos del enfermo. Me dice que si tengo alguna queja, se lo diga, y le pondrán al hospital un pleito (en inglés "to sue", no lo olvidéis) que se les caerán las bragas. Servicio gratuito: por ser cliente, tengo derecho a un abogado.  

Me muevo por los pasillos arrastrando un gotero con bomba de infusión montado sobre un trípode con ruedas, que me permite ducharme (sin mojar el aparato, maniobra algo jodida). Tengo el cráneo tán dolorido que las gotas de agua que me caen en la cabeza son como si me clavaran clavos. Un suplicio a cambio de algo de higiene.

Junto a la puerta de mi habitación veo un cajetín con un dossier: mi historial. Como nadie me lo impide, le echo un vistazo. En la ficha hay una casilla que dice "race". Me han clasificado como "Hispanic". Es la primera vez que alguien me dice mi raza. No sé por qué soy "Hispanic" si un polaco o un italiano son "European Caucasian". Cosas de gringos. Que les den mucho PC.

Por esos sitios conviene saber cómo se dicen algunas cosas que no son de la conversación cotidiana ¿Cómo se pronuncia "antibiotics"? Míralo en Google y acojónate. ¿Y HIV? Esto es importante saberlo porque te lo van a preguntar seguro. Sí, es el VIH, el virus del SIDA. Y ojo, no hagas bromas como mencionar la "corona española", o te verás rodeado de tíos en traje de astronauta.

"To start an IV" quiere decir ponerte una vía, o sea clavarte un catéter intravenoso permanente en el dorso de la mano, del que no te librarás hasta que te vayas de allí. No todas las enfermeras saben cómo hacerlo. Hace falta determinación, habilidad y rapidez. Me tocó un hospital clínico universitario, y las enfermeras (sí, todas mujeres) no se atrevían a pinchar con decisión, porque yo me quejaba (con motivos). Al final tuvo que venir "Rambo" (un médico de emergencias que iba en el helicóptero a atender desastres, y llevaba un cinturón lleno de artilugios, como un fontanero) y tras poner a caldo a las enfermeras, me clavó el IV hasta el hueso. Problema: El líquido que me inyectaban por el IV (aciclovir) endurecía las venas, y me tenían que cambiar el IV cada día.

La comida era sosa, como en todo hospital que se precie. Cuando el auxiliar vio mi escaso apetito, y habiendo consultado que yo era "Hispanic", me preguntó si prefería comida mexicana. ¡Oh no! ¡Ahora me van a dar jalapeños en la comida! Le dije que estaba bien, y que ya me las apañaba yo con lo que hubiera.

Por las mañanas venía el médico que se encargaba de mi caso, rodeado de una docena de estudiantes, y explicaba: "This gentleman was on vacation when, suddenly, caught a zoster". Y los estudiantes poniendo caras de "jo, qué mala suerte", y me sonreían dándome ánimos. Al poco apareció el fotógrafo oficial y me preguntó si tenía inconveniente en que documentase mis lesiones para beneficio de los estudiantes. "No problem". Así que me hicieron un "photocall". El único que me han hecho en mi vida. Y no, no había alfombra roja.

Una noche, no podía dormir por el dolor. Las cápsulas de Percocet no me hacían efecto y como no había mucho que hacer allí, tampoco me preocupaba perder sueño. Apareció entonces la enfermera de noche. (Como curiosidad, diré que las enfermeras en los hospitales de USA son mucho mayores que las de aquí. No sé si es que no quieren o pueden jubilarse, pero el caso es que cuando entras en un hospital, te lo ves lleno de abuelillas, muy amables, pero un poco pasadas de años). A lo que iba. La enfermera de noche —que me había contado que estuvo en la Segunda Guerra Mundial en Les Ardennes, y por lo tanto mi herpes le debía parecer una nimiedad— me preguntó si no dormía. Le dije que me dolía la cabeza, pero que lo podía aguantar bien. "No hace falta ser tán estoico", me dijo. Y añadió "enséñame el culo". En inglés ("show me your butt") no suena tán basto como en español. Así que me di la vuelta y abrí mi batín azul por atrás. Sacó, no sé de donde, una jeringuilla pequeña como las vacunas de la gripe y me la pinchó en el trasero.

Nunca he sentido nada parecido. Incluso antes de que sacara la aguja, el dolor hizo 'plop' y desapareció, como si hubiesen apagado un interruptor. Llevaba tántas horas aguantando las molestias, que me quedé dormido en el acto, en medio de una sensación placentera por todo el cuerpo. Luego supe que era morfina. Los americanos no se andan con tantas gilipolleces como los médicos españoles: si al cliente le duele, le quitamos el dolor y se acabó. 

Y un buen día, al cabo de una semana, una enfermera apareció muy sonriente y me dijo: "Mr X, we are going to give you the discharge". O sea, le vamos a dar la "discharge". 

¡La descarga! Me vino a la mente el electroshock que le dan a Jack Nicholson en "Alguien voló sobre el nido del cuco", pero resulta que no. Para vuestra información "discharge" es (entre otras cosas) el "alta". O sea que me iba a la calle.

Tras una discusión en caja sobre el precio de las dosis de aciclovir (que allí lo cobran a precio de oro), me largué. Adiós al Clínico de Salt Lake City y sus mormones empleados.

En el hotel me comí un "sirloin steak". En la recepción compré un billete de Delta Airlines a Los Angeles, donde había quedado con la guía turística. Los del hotel, cuya amabilidad siempre agradeceré, me llevaron al aeropuerto en un Chevrolet Express para mí solo.

Al llegar a LAX, salí buscando un taxi. Se me acercó un negro y me dijo: Por 20$ le llevo al downtown en mi limusina. Y señaló un coche así de largo, blanco y brillante. Me acomodé en el sofá de terciopelo rojo que constituía el asiento trasero. "¿Quiere alguna clase especial de música? ¿algo de jazz suave, Bill Evans, Thelonious Monk? Tiene un minibar a la derecha. Sírvase lo que le apetezca". Y así fue. "Four Roses". Cuando llegamos al hotel estaba dormido y el conductor, amable hasta el extremo, me llevó las maletas y me acompañó a recepción.

En el viaje de regreso, hice una escala en New York, y en ese primer tramo tuve como vecino de asiento en el avión a un mexicano que trabajaba en la ONU. Me estuvo contando cosas de su vida en los USA, muchas anécdotas curiosas, y terminó con una reflexión interesante: "Los gringos tienen muchas cosas buenas, justamente las que no imitamos. Su pasión por el trabajo bien hecho; su sentido de la libertad individual; su patriotismo sin fisuras… sí, tienen muchas cosas admirables, pero… son tán huevones…".

Es difícil decirlo de manera más precisa y concisa. Puede que los mexicanos sean poco más que un "big joke" para los gringos, pero éstos son sólo unos huevones para aquellos. Es lo que tiene la vecindad.  

¿Hay una moraleja a todo esto? La hay. Si vais a los USA, por si tenéis la mala suerte de ir a parar a un hospital, llevad una American Express. O dólares en billetes de curso legal. Y no, sabed que la tarjeta de crédito de la caja rural de vuestro pueblo no sirve.



4 comentarios:

  1. Pues no, nunca he estado en un hospital americano (ni de ningún otro sitio, lucky me), pero está bien conocer, a través de tu experiencia, las peculiaridades del sistema sanitario.
    Ahora ya sé, por ejemplo, que la mejor medicina no es el aciclovir ése ni los "antibaiorics", sino la American Express.

    Tal y como la cuentas casi parece una comedia, pero me imagino que tú no te reirías mucho.
    Un texto excelente, anyway.

    Saludos.

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    1. El sistema sanitario en USA les produce vergüenza hasta a ellos. Allí, si alguien contrae una enfermedad no cubierta por el seguro privado, la familia puede acabar en la ruina. Por eso USA no atrae mucho a los europeos.

      Al igual que otras narraciones, esta no es autobiográfica, aunque también al igual que otras, tiene un fondo y detalles de documentación extraídos de la realidad. L.A. Sunset es en parte una secuela de "American hospital".

      Saludos. Gracias por la visita.

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  2. Muy buenas. Ha pasado tiempo, pero ¿cuándo no pasa? Voy a ir poco a poco leyéndote y comentándote cuando cuadre, espero que no te importe que lo haga con tanto retraso, de cualquier modo o al menos de éste, el texto parece atemporal, salvo que hayan cambiado las cosas en Estados Unidos.

    Parte de mi ausencia ha sido a causa de temas relacionados con hospitales de aquí. Que nos hayan dicho que éramos el mejor sistema sanitario del mundo y que con la pandemia se nos pusiese en nuestro lugar real (entre el décimo y el vigésimo puesto) no hace más que redundar en la propaganda asquerosa que nos venden como verdadera. Pero sin ir más lejos y sin entrar en mucho detalle te comentaré que he tenido terribles anécdotas con los sanitarios y personal en general de mi tierra. Por no abundar en detalles te comentaré sólo el más sangriento y no por ello el peor: me metieron un tajo de veinte puntos, se infectó porque hicieron una chapuza y no me dieron ni medicamentos y luego me quitaron los puntos sin avisarme. Cuando me quité en casa la venda para hacerme una cura, tenía toda la carne colgando, así que vi cosas que no debería haber visto, y fui pintando a montarla y demás. Pero ya te digo, eso sólo es una pequeña anécdota de esta banda, las he tenido mucho peores, y lo curioso es que di con una enfermera que me cuidó y me dieron ganas de agradecérselo, hay que joderse.

    Te mando un saludo, entangled. Por cierto, te he leído en el blog de Conxita y has dejado como un poso triste. En cierto modo te comprendo. Ánimo, cojones.

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    1. Siento gran aversión por los hospitales, hasta me da grima pasar cerca de uno. Parece algo lógico, aunque ese repelús llevado al extremo se puede convertir en una obsesión que hasta tiene nombre: nosocomofobia.

      En más de una ocasión se me ha curado una dolencia sólo de pensar en tener que ir a un hospital. Seguro que este fenómeno también tiene un nombre. Yo me voy a inventar uno: NISH, (Nosocomophobia Induced Spontaneous Healing), o sea, curación espontánea inducida por la nosocomofobia. Como ahora hay que decirlo todo en guiri, pues eso. Y estoy convencido de que el NISH está detrás de muchas curaciones milagrosas.

      Saludos y que te mejores.

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