Hace ya tiempo se ha extendido la estrategia de vender por teléfono. Está uno en su casa, por ejemplo, suena el teléfono (fijo si aun existe o móvil en otro caso) y habla una persona, con frecuencia de acento latino, que nos suelta un discurso del tipo: «Buenos días. Mi nombre es X y quisiera hablar con Don Y (yo). ¿Es usted el titular de la línea?».
Este formato de llamada indica claramente que alguien nos quiere vender algo. Si el nombre X del llamante tiene un matiz excesivamente clásico (p.ej. «Mi nombre es Arístides») que suena a nombre de dictador sudamericano, entonces se confirma que se trata de un intento de venta.
Como no me gusta recibir información no solicitada (si necesito algo lo busco yo mismo o voy a una tienda a conversar con el encargado), el objetivo es no perder el tiempo en una conversación inútil, ni hacérselo perder a Arístides. Él es un empleado eventual de una empresa de televenta, le han pasado una lista de nombres y números de teléfono, y su objetivo es hacer el máximo de llamadas, si es posible con algún resultado positivo.
Para eludir estas situaciones utilizo varias tácticas, dependiendo de lo inoportuno de la llamada, del grado de amabilidad de Arístides o de mi estado de ánimo, así, en general. Posibles respuestas:
—«No, no soy Don Y, se ha equivocado de número». Cuelgo.
—«Soy el mayordomo mayor de Don Y. Si me deja su recado, él le llamará». Arístides cuelga.
—«Operaciones. Dígame su código». (Esta me la copié de la película 'Los Tres Días del Cóndor'). Arístides se quedará algo descolocado (a pesar de estar acostumbrado a escuchar respuestas de lo más variado) y dirá lo primero que se le ocurra para mantenernos en línea. Hay que repetir, en el mismo tono impersonal: «Operaciones. Dígame su código». Aquí, o bien Arístides se raja y cuelga, o cuelgo yo, pero con un mínimo de daños colaterales, como puede verse.
—«Páseme con su supervisor». Arístides no quiere que yo hable con su supervisor, así que dirá que:
a) Su supervisor está en el aseo. Respondo: «Pues yo tambien estoy en el aseo y tendría usted que ver en qué lamentable estado». Cuelgo.
b) No tiene supervisor. Respondo: «¿No tiene supervisor? ¿Es que se dedica usted a vender desde su propio domicilio móviles robados?». Arístides se cabrea y dice algo que revela sus orígenes («Coño-e-su-madre», «Gallego-e-mierda», «Pendejo», etc.). Y cuelga.
—«Le habla el contestador de Don Y. Si se trata de una oferta de telefonía, pulse 1. Si es para identificar teléfonos activos, pulse 2. Si llama desde otro país, pulse 3. En otro caso, permanezca a la espera, Don Y le atenderá en breve».
(Aquí le meto la sinfonía 40 de Mozart, ese cacho que todos conocemos, y si lo tengo a mano, un fragmento de la bella canción venezolana de Victor Pérez «Campesino, di lo que vendes»). Si al cabo de un minuto Arístides sigue en línea (un profesional como la copa de un pino), quito la música y le digo «Todos nuestros operadores se encuentran ocupados en estos momentos. Don Y le ruega disculpe las molestias. Llame pasados unos minutos». Aquí la reacción de Arístides suele ser similar al caso anterior, apartado b).
Pero hay otra variante: La llamante es una mujer, de nacionalidad española, y vende algo menos vulgar que servicios de telefonía. Antes de que alguien me llame machista, diré que es mucho más frecuente que las mujeres se dediquen a la venta por teléfono que a otras actividades, como Capitana de Corbeta. (Obsérvese que digo «capitana», como hacen los socialistas). Las razones no son discriminatorias. Dejo el análisis a gentes con más tiempo libre y temperamento polemista.
Pondré como ejemplo un sucedido real reciente:
—Hola, mi nombre es (cualquier nombre femenino de la subclase OT: Mireia, Aitana, Miriam, etc.). Le llamo de (nombre de una compañía de seguros de salud). ¿Hablo con Don Y?
Le hago ver que un seguro médico, dada mi quebradiza salud, tendrá tantas exenciones que se va a quedar casi sin comisión, pero ella dice:
—No, no, no es un seguro médico, es un seguro de defunción.
—Señorita —le digo. Yo siempre digo «señorita» a no ser que me esté presentando a su marido, marida, o como coño se diga ahora —estoy comiendo. ¿No me puede llamar en otro momento y dejarme comer en paz sin hablarme de mi defunción?
Intuyo, en mi ignorancia, que un seguro de defunción es que te mueres, y te pagan algo, para compensar, digamos.
—Es para los gastos del entierro y demás —especifica la señorita.
¿Entierro? Oh, no, no, no me jodas, Mari Carmen. Antes prefiero ser parcialmente incinerado y arrojado a las aguas del Ganges en época del monzón; o que me dejen en algún remoto santuario del Himalaya, momificado y amojamado por la sequedad y la altura, para que los buitres locales aprovechen mis restos; o que me metan en un drakkar vikingo, le peguen fuego y me suelten mar adentro en aguas de Dinamarca (poco ecológico para los daneses, ellos siempre tán finos); o que me congelen en alguno de los muchos centros ad hoc que hay en California, hasta que encuentren la forma de hacerme recuperar la salud y la vida y me descongelen. (Esta opción me da un poco de grima, a la vista de cómo queda el pescado congelado y luego descongelado).
La señorita, que evidentemente ha recibido un cursillo (ahora se dice master) de marketing, donde le han indicado que, para que el presunto cliente empatice con ella, debe mostrar alguna debilidad/dolencia etc. dice:
—La verdad es que hoy no debería haber venido a la oficina ya que la («dolencia») me tiene algo baja de forma.
«dolencia» puede ser por ejemplo, «migraña» o «lumbalgia». Nunca «resaca» o «dismenorrea» ya que en este último caso la conversación irá por derroteros ignotos, alejándose del tema de la venta, que es el objetivo a cumplir. Tampoco se deben mencionar cosas como «colon espástico», aunque sea verdad, porque entonces al presunto cliente le entrará tál repelús que colgará el teléfono (bueno, ahora los teléfonos no se cuelgan, se pulsa el icono de cortar la llamada), y con las prisas y el susto, puede que le dé al icono de «Ajustes del teléfono», lo que le conducirá a todo un Universo de Nuevas Experiencias, donde se perderá la venta, el cliente y su salud mental.
Sí, ya lo decía Virgilio: Un dios nos ha preparado estos ocios.
That's all, folks. Espero que mis consejos os ayuden a enfrentaros a esas duras situaciones que, tarde o temprano, nos encontraremos en nuestras vidas.
Y recordad siempre: «it's always five o'clock somewhere»
Muchas gracias por tus consejos y por tu humor corrosivo. La verdad es que algo tan simple como la solución nº 1 no se me había ocurrido; las demás, ni te cuento…
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Sara.
EliminarHay que defenderse, como en un apocalipsis zombi. ¡Están por todas partes!
Saludos.
*Entangled* Tengo que reconocerte que por una vez imaginar esas llamadas me ha hecho reír. Tus soluciones son de lo más ingeniosas. La de operaciones me ha hecho soltar una carcajada y no me imagino usándola sin reírme a carcajadas y entonces seguro que no me sirve. Decir que la señora no está en casa o que no tengo la edad que buscan para hacerme alguna encuesta sí la he utilizado. Y eso que con las encuestas siempre me pillan. Recuerdo una vez que me tuvieron más de media hora y eso que le había dicho que tenía prisa, ahora me obligo a no hacerlas y nunca hay nadie que tenga la edad que buscan.
ResponderEliminarY no hace mucho tuve la surrealista llamada del seguro de defunción y mira me superó, casi fui maleducada con la señora que no se rendía y auguraba todo tipo de percances.
Supongo que debería dar de baja el teléfono fijo, total solo lo tienen ELLOS, el resto del mundo que interesa me llama al móvil pero si atacan también el móvil no sé qué pasará, están por todas partes.
Besos
Hola Conxita. Gracias por tu comentario.
EliminarMe ha recordado que hace no mucho, me llamó por teléfono una chica que vendía parcelas en un cementerio, pero no de esos de apretadas losas de mármol gris pulimentado, sino en unas colinas cubiertas de césped, con maravillosas vistas a un valle.
Como estaba de buen humor, me puse a charlar con ella sobre su curiosa profesión, dejando de lado la oferta. Me dijo: "Oh, no te creas, se venden parcelas a montones y la gente suele ser muy amable por teléfono".
Le pregunté si ganaba mucho con aquel trabajo. Me lo dijo. De piedra me quedé. Me equivoqué al seguir mi vocación, seguro.
No conocía yo esa estrategia de la empatía telefónica, ni tampoco se me ha ocurrido nunca contestar de manera tan creativa como tú. Así que esta entrada me ha servido de cursillo (perdón, de máster) sobre cómo enfrentarse a las hordas de The Walking Telemarketer ;)
ResponderEliminarPD: y me han entrado ganas de comprar zapatos feos, oye :D
Estas estrategias son como las artes marciales: Te vienen muy bien cuando te hacen falta, pero requieren práctica constante.
Eliminar¿Zapatos feos? No te olvides de subirlo a YouTube y así nos reimos todos ;)