…no traveller returns
A sweet farewell
(T. S. Eliot, Four Quartets, N°4, Little Gidding II)
Eternal sunshine of the spotless mind
Parecía que iba a quedarse así, inmóvil para siempre. Si no fuera porque tenía los ojos abiertos, hubiera pensado que se había dormido. O que se había muerto.
Traté de continuar la conversación.
—Entonces, si no le he entendido mal, usted sería partidario de borrar de nuestra mente los recuerdos no deseados.
Me respondió, como saliendo de un trance.
—Sí… más o menos. Perdone, me había distraído, ya sabe, los recuerdos… —y no pudimos evitar reírnos los dos.
—Creo —continuó— que los recuerdos son a veces una carga, sería mejor hacerlos desaparecer para liberar nuestra mente de un dolor innecesario.
—Pero los recuerdos son en realidad parte de lo que somos, se ha llegado a decir que realmente, somos nuestros recuerdos —la suma de nuestros recuerdos, diría un matemático—. Todo lo que nuestra memoria guarda, es eso que somos en el presente.
—En efecto, incluyendo los recuerdos que quisiéramos no tener. Piense en todos sus recuerdos que, al evocarlos le producen una desagradable sensación de "tierra, trágame"; o los recuerdos con que tienen que vivir gente como los policías o los soldados que regresan de una guerra, cosas que quisieran no haber visto nunca. Si pudiésemos borrar algunos recuerdos, daríamos cierta paz de espíritu a esas personas. De hecho, se han probado fármacos que permitirían borrar recuerdos de forma selectiva.
—Cierto, y no parece mala idea, aunque dudo que los recuerdos individuales se puedan tratar y borrar uno a uno. La amnesia podría devolvernos la paz en algunas situaciones, pero a la vez haría que dejáramos de ser quienes somos. Piense en la enfermedad de Alzheimer, o la demencia senil, en que la pérdida de los recuerdos convierte a una persona en un ser que, ni reconoce a los demás, ni es reconocido por ellos. La manipulación de los recuerdos acabaría con nuestra personalidad individual.
—Entiendo lo que quiere decir… Quizá la clave estaría en un borrado selectivo. Creo que en el futuro, la medicina permitirá "localizar y destruir" —usando el lenguaje militar— los recuerdos que sean sólo una molestia de la que podamos prescindir y seguir siendo nosotros mismos.
—Sería realmente un gran invento, pienso en recuerdos de mi pasado que eliminaría sin dudarlo.
—¿Ha visto usted "Memento", de Christopher Nolan? Es muy interesante, habla de una condición poco conocida, la amnesia anterógrada, la incapacidad para retener los recuerdos más allá de unos pocos minutos. Similar al caso de un tal Henry Molaison. Para curarle de graves convulsiones que hacían peligrar su vida, le cortaron el corpus callosum, es decir, le seccionaron el cerebro por la mitad. Sí, sí, no ponga esa cara. Puede hacerse. Cuidadosamente, claro está. El caso es que contrajo amnesia anterógrada. Y Clive Wearing, a quien una infección vírica lesionó el cerebro y le dejó en el mismo estado. Recordaba sólo lo anterior a su enfermedad. A partir de aquel punto, todo le parecía nuevo; cada vez que veía a su mujer, se emocionaba como si no la hubiera visto en años. Una forma complicada de vivir… pero curiosamente, conservaba su habilidad para tocar el piano, y con el tiempo, llegó a habituarse, en cierto modo, a su nueva condición.
—Hay varios textos sobre la persistencia de la memoria. ¿Ha oído usted hablar de un personaje que se hace llamar *entangled*? Es un sujeto que escribe en internet, y reflexiona a veces sobre la posibilidad de que los recuerdos persistan tras la muerte, aunque creo que es sólo un recurso literario, ya que dice ser ateo y no creer en la supervivencia de la mente tras la muerte física. La idea que menciona *entangled* procede de la película japonesa "Afterlife". Y *entangled* menciona también otra curiosa idea: Que nuestra existencia depende de los recuerdos que dejamos en la memoria de otras personas.
—¿Le conoce usted?
—¿A *entangled*? Claro, yo soy *entangled*.
—Usted lo que es es un bromista, pero me interesan sus ideas sobre la memoria.
—La memoria es el tiempo colocado secuencialmente. Einstein decía que en realidad todo está presente ahora. Hasta inspiró un poema de T.S. Eliot sobre ese punto.
—¿Einstein?, no es personaje que goce de mi simpatía… Siempre he pensado que era un pusilánime, dubitativo, carente del coraje que hacía falta para publicar a las claras lo que las evidencias ponían delante de sus narices. Pero dudaba, tardó años en atreverse a mostrar la Relatividad General. De no haberlo hecho, no hubiera pasado nada: la Relatividad estaba ya para entonces "madura", estaba en el ambiente, por así decirlo. En menos de una década algún otro físico más atrevido la hubiese publicado. Pero no niego que Einstein era un excelente matemático, y que tuvo la intuición de juntar ideas de la física de su tiempo que estaban ya presentes en los foros científicos. Pero estoy divagando…
—Siga, esa idea del borrado selectivo de la memoria me ha recordado una película curiosa, no recuerdo el título. Trata de un hombre y una mujer, una pareja con una relación cuando menos problemática, una alternancia de encuentros y desencuentros. No es una película de ciencia-ficción, aunque contiene elementos fantásticos. Resulta que un día, el hombre se entera de que ella ha decidido someterse a un tratamiento que le permitirá borrar todos los recuerdos relacionados con él. Él se sorprende, se siente humillado, sufre el mayor desprecio que se pueda uno imaginar, que otra persona borre de su mente todo recuerdo relacionado con uno…
El hombre levantó el vaso vacío.
—El caso es —dije— que no recuerdo el título de la película. Es algo como "Eternal sunlight…" No, "Eternal silence…" algo parecido. ¿Está usted haciendo un brindis a la diosa de la memoria?
—Por supuesto. El whisky es excelente para prevenir la decadencia del cerebro… Quizá porque contiene componentes químicos comunes con los rabos de pasas. Así evitaremos que se nos quede el cerebro como una tabula rasa… ¡"Spotless mind"! Eso es, "Eternal sunshine of the spotless mind", ese es el título.
—No le han hecho falta las pasas… Pero tomémoslo despacio, no como los americanos, que parecen tener prisa por apurar sus bebidas.
—Aquí vienen nuestros vasos. Y la muerte no ha llegado todavía.
—She's very rarely late…
If only there could be an invention that bottled up a memory, like scent. And it never faded, and it never got stale. And then, when one wanted it, the bottle could be uncorked, and it would be like living the moment all over again.
(Daphne du Maurier, Rebecca, 1938)
Year after year
Running over the same old ground
What have we found?
The same old fears
(Roger Waters, Pink Floyd, Wish You Were Here, 1975)
Sniper
—No es tán complicado. Una ecuación no es más que una igualdad de dos expresiones matemáticas. Y entonces, si alguna parte es una derivada, la ecuación se llama ecuación diferencial.
—No, si lo entiendo, pero a lo mejor es que no le veo una utilidad clara.
—Luego te pondré un par de ejemplos y verás cómo lo pillas. Es muy fácil.
—Eh chicos ¿cómo se abren las puertas?
Los dos levantaron la vista a la vez hacia la joven que al parecer les hablaba a ellos. Estaba en el centro del vagón, cogida con un brazo a la barra vertical. Con la otra mano sujetaba un patinete eléctrico.
—Tienes que apretar el botón verde, el que pone 'OPEN'— dijo uno de ellos.
—¿Y para cerrar las puertas?— replicó la chica.
— Carl, ¿no ves que te está tomando el pelo?— y dirigiéndose a ella: —las puertas se cierran solas antes de que el tren arranque.
—¿Quieres decir que las cierra el conductor?— continuó ella.
—Este tren no lleva conductor, es automático.
—¿Que no lleva conductor?— el gesto de sorpresa de la chica parecía genuino.
—Carl, te digo que te está tomando el pelo.— Pero él parecía haber adquirido un repentino interés por la chica y la observaba, ahora con más atención.
—El tren no tiene conductor, pero es mucho más seguro que si lo llevase.
—No me lo creo, pero es igual. Ciao.
La chica dio una palmada al botón verde mientras el tren iba frenando ya en la estación. Bajó del vagón con el patinete y Carl salió tras ella. Su amigo se quedó atónito.
—Pero ¿a dónde vas?
—Las ecuaciones diferenciales otro día. Sorry, es un LAFS.— LAFS era su clave para "Love At First Sight".
Carl caminaba tras ella en medio del andén abarrotado, con gente moviéndose de aquí para allá entre codazos y empujones. Ella se quedó parada y se creó un atasco momentáneo. Se dio la vuelta.
—Pues sí, pero yo no voy por ahí contando mentiras, "¿Cómo se abren las puertas?"— dijo imitando la voz de ella. —Yo lo que digo es: a la salida de esta boca del metro hay una cervecería muy buena. Salimos, te invito a una cerveza y ya está. Y te cuento cómo funciona el metro automático sin conductores.
La chica lo pensó un instante.
—Bien, pero vamos ya, que aquí estamos entorpeciendo el paso y me están pisoteando el patinete.
Salieron a la calle y se dirigieron a la cervecería. Había mucha gente. Él le señaló una mesita en el centro del local.
—Coge la mesa, yo voy a pedir a la barra. ¿Media pinta de lager?
Ella hizo un gesto afirmativo y se sentó en una banqueta alta. Se acercó una camarera que andaba recogiendo mesas.
—Tiene que dejar el patinete en la calle.
La chica puso gesto de contrariedad, justo cuando llegaba él con las jarras.
—Tengo que dejar el patinete fuera. ¿Y si me lo roban?
—No, aquí no te lo van a robar. ¿De dónde vienes tú? Puedes dejarlo tranquilamente.
Ella salió y dejó el patinete apoyado junto a la puerta. Regresó con expresión inquieta.
—¿Seguro que lo puedo dejar fuera?
—Que sí, no te lo van a quitar.— Chocaron las jarras. —Salud.
—Salud. Es un patinete eléctrico muy bueno. Eso y el metro, lo mejor para moverse por ahí.
—¿Qué haces? ¿Repartes pizzas o así?
—No. En realidad soy… es un secreto, no se lo puedes contar a nadie.
—Soy una tumba.
—Soy sniper.
—¿Cómo?
—Sniper, especialista en tiro a larga distancia. Los militares lo llaman francotirador.
—Vaya, a mí nunca se me hubiera ocurrido improvisar una profesión así. Yo soy sólo estudiante de ingeniería civil. Y qué, ¿estás aquí por algún encargo? ¿Atentar contra algún político o algo así?
—No, no es un político, es un particular. Un particular es cuando no es político ni de ningún servicio del gobierno, o sea, empresarios, jueces, gente corriente.
—Y en la mochila esa del conejito llevas el rifle desmontable…
—No, no. El rifle lo recogeré hoy, todavía no me han dicho dónde.
—Pero sí que sabrás quién es el objetivo…
—Sí, eso tengo que saberlo mucho antes para prepararlo todo.
—Y ¿piensas dedicarte a esto toda la vida?
—No, quiero reunir dinero y dejarlo, dedicarme a otra cosa, pero no todavía. Entré en este oficio por casualidad. Pero empieza a ser un poco estresante.
—Y ¿no te parece inmoral, ser un sicario de esos que salen en los periódicos?
—Oh no, los sicarios son gente de países pobres, donde se mata por cantidades mínimas. Yo me dedico a trabajos de precisión, no es lo mismo.
—La verdad es que pareces de lo más convincente.
—Y más te lo voy a parecer cuando despiertes y tengas que contarlo a la policía.
—¿Cuando despierte?
—La cerveza. El sabor amargo disimula muy bien otros sabores. Dentro de un poco te quedarás dormido. Tranquilo, no es letal. Pero para cuando despiertes yo ya habré hecho el trabajo y estaré en un avión camino de… quién sabe dónde, quizá otro encargo.
Carl miró su jarra de cerveza, ya casi vacía y, por primera vez sintió un leve escalofrío. No podía ser cierto. Estaba seguro de que todo era una broma, aunque muy elaborada.
—Te quedarás dormido. Primero la gente pensará que estás borracho. Luego comprobarán que no te despiertas y pensarán que te has desmayado. Preguntarán si hay un médico. Llamarán a una ambulancia y te llevarán a un hospital. Cuando te despiertes, te dirán que has sufrido una bajada de azúcar, pero que estás bien.
Carl apoyó las dos manos sobre la mesa. Se sentía algo mareado. La miró incrédulo. La chica tenía unas bonitas facciones, casi de adolescente. Ella le miraba sonriendo, con gesto de lástima.
—¿Cómo te llamas?— Carl sintió que se le cerraban los ojos, se le caía la cabeza de sueño.
—Eres un encanto. ¿No querrás que te diga mi nombre real, verdad? Inventaré un nombre bonito para que me recuerdes. ¿Qué te parece Paola? Sí, ese está bien, Paola. Bueno, me voy que tengo cosas que hacer. No voy a pagar, y como tú tampoco vas a pagar en medio del follón que se va a montar, pues resulta que nos han invitado a unas cervezas, ya ves.
Se levantó y se dirigió a la puerta. Cogió su patinete y asomó la cabeza sonriendo, haciendo gesto de "adiós" con la mano. Su boca pronunció en silencio, muy despacio: Paola.
Carl notó que estaba a punto de caer. Hizo lo que se le había dicho. Apoyó los brazos cruzados sobre la mesa y la cabeza encima. La gente pasaba a su lado sin fijarse apenas en él. La camarera se acercó.
—Señor, no puede estar aquí…— Pero Carl ya no le oía.
Tortas de Alcázar
Lacrimosa
Por eso soy un soldado. Por eso lo era. Ahora ya no es lo mismo. Todo se ha detenido de golpe y de pronto veo el mundo como si lo viera por primera vez.
Hace ya tiempo, los médicos militares concluyeron que un soldado no puede estar en ambiente de combate durante más de tres meses. Cuando se sobrepasa ese tiempo, su eficiencia baja drásticamente, de pronto se vuelve inconsciente, se arriesga innecesariamente, pierde hasta el instinto de supervivencia. Las drogas no mejoran la situación. Pueden darle sedantes para que duerma, y anfetaminas por la mañana para que esté de nuevo listo para la acción. Pero no funciona. A la larga aparecen las paranoias y los brotes psicóticos. Por eso hay que retirarlo a retaguardia y sustituírlo por otro soldado: una rotación.
Y aquí estás. Acercándote a esa casa que es como si la vieras por primera vez, como una casa soñada. Sólo que es la tuya, tu casa, de donde saliste hace ya tánto tiempo siendo otra persona.
No necesitas llamar. Ya están advertidos de tu llegada. Estás ante la puerta. Sueltas tu bolsa de lona. Nunca te ha parecido tán pesada. Y esperas.
Transcurre un rato en que nada sucede. El tiempo detenido, como tántas veces. Oyes el chasquido de la cerradura. Se abre la puerta. Y allí está ella.
Durante un instante piensas en cuál debe ser tu aspecto. Ahora tienes barba y tu pelo es más corto. Estás más delgado. Aunque más fuerte, también más reseco, como si te hubieran puesto la carne en salazón. Tu expresión casi asusta, "la mirada de las 1000 yardas". Tu ropa limpia, demasiado limpia comparada con el uniforme raído que llevabas apenas ayer. No tienes cicatrices, la suerte te ha librado de las heridas. De las heridas físicas, las otras están ahí, escondidas, y saldrán cuando llegue el momento.
La miras. Ella está igual. O a tí te lo parece. Seria, inmóvil, una mano en la puerta y la otra en la cadera; un gesto como de ligero reproche, como si volvieras de una juerga, de una reunión de sábado con tus amigotes.
Te mira, aun seria. Ves sus ojos brillantes, y húmedos. La miras, como pidiendo clemencia. No sabes qué va a pasar ahora. Hay una brecha enorme entre los dos. No sabes si tienes fuerzas para cruzarla. O si ella quiere cruzarla.
Una lágrima aparece en su ojo izquierdo. La aparta con un gesto casi brusco. Y entonces, como un prodigio de esos que suceden tán raramente, sonríe. Te sonríe.
(Misa de réquiem, Lacrimosa)
Deja vu
—Adelante— me dijo —soy todo oídos—. Mi amigo ya me conoce de hace tiempo, y está acostumbrado a mis extravagancias, incluyendo salidas de tono. Es lo bueno de los verdaderos amigos, que nunca se molestan y escuchan lo que les decimos con cierto distanciamiento, aunque no se cortan si hay que criticar.
—Suponte —le dije— que te doy lo que vulgarmente se llama un "sablazo". Te cuento que paso por un momento delicado de escasa liquidez monetaria, y te ruego que me prestes tres mil euros. Como (aparte de ser amigos, claro) sabes que tengo ingresos y que seguramente te los voy a devolver, me los das.
Yo te lo agradezco efusivamente, te indico que se trata de un problema momentáneo, y que en una semana te devolveré el dinero sin falta. Así que pasamos por una oficina de tu banco y me llevo la pasta.
Al cabo de una semana, nos volvemos a encontrar.
—Ya tengo el dinero que me prestaste —digo— te lo voy a devolver—. Entonces me dices que en ningún momento dudaste de que te lo devolvería, que para eso están los amigos o alguna otra obviedad típica de esas ocasiones.
—Aquí está— te digo. —Dos mil setecientos euros—. Pones cara de que te acaban de contar un chiste muy bueno, y me recuerdas que, aunque no es algo vital, en realidad me prestaste tres mil.
—No, si ya lo recuerdo —digo— pero verás. Durante esta semana, el dinero se ha devaluado. No mucho, pero sí algo. Luego está el hecho de que durante esta semana, he mantenido "tu" dinero a buen recaudo. Eso se llama "gastos de custodia". Ha sido "mi" responsabilidad que "tu" dinero no se perdiera ni sufriera ninguna merma, por ejemplo, que alguien me lo hubiese robado. Eso tiene un valor, que se puede calcular. Y hay que considerar que he perdido parte de "mi" tiempo en hacer contigo la gestión de que me prestaras "tu" dinero. Aunque parezca irrelevante, ese tiempo, "mi" tiempo, tiene un valor, que también tendremos que agregar a los gastos del préstamo. No hace falta que añada el factor "confianza". No es lo mismo que me prestes dinero a mí, que a cualquiera de esos gilipollas que tú y yo conocemos, que a lo mejor al cabo de una semanan ni se presentan o te dicen que no se acuerdan de nada. En cambio yo soy de fiar, y lo sabes; si me prestas dinero a mí, tienes la certeza de que te lo devolveré, cosa que no puedes decir de todo el mundo. Y esa tranquilidad, esa confianza, tiene también su valor.
Ya veo que te brilla la mirada, veo sobre tu cabeza una llamita, como las que representan sobre las cabezas de los apóstoles en la iconografía cristiana, en Pentecostés; como si te hubieses caído del caballo camino de Damasco; como si de repente se te hubiera revelado la estructura atómica del benceno, como si te dieses una palmada en la frente (una palmada virtual) como diciendo ¡cómo no me he dado cuenta! "Cuenta", así la llaman los bancos, cuenta a la vista, o a veces cuenta "premier" o cuenta "exclusive" o "executive" o "privilege" o cualquier otra estupidez que son capaces de expresar sin ruborizarse. Y es que yo, ya lo sabes, no soy economista, no me dedico a ganarme la vida con lo inexistente, como hacen los demonólogos, por ejemplo. Yo soy sólo un observador de paso, un tertuliano, un escéptico. Y con muy mala leche.