Shady Grove
No entiendo nada
“This great evil, where's it come from? How'd it steal into the world? What seed, what root did it grow from? Who's doing this? Who's killing us, robbing us of life and light, mocking us with the sight of what we might've known? Does our ruin benefit the earth, does it help the grass to grow, the sun to shine? Is this darkness in you, too? Have you passed through this night?”
(James Jones, The Thin Red Line, 1962)
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"The Terror of War", Tràng Bàng, June 8, 1972. Photo by Nick Ut (AP). |
Botón rojo - 2º aviso
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PennVet veterinary nurse trainee comforting sleeping dog after he underwent major surgery |
"Entonces respondió Yahveh: Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, por ellos perdonaré a todos los que viven allí." (Génesis, 18:26)
Cosas que hice cuando estaba vivo.
Solía elucubrar con pensamientos mezcla de filosofía y ciencia-ficción, tales como: «Si fuera un extraterrestre con superpoderes y tuviera a mano un botón rojo que pudiera hacer desaparecer a la raza humana ¿qué haría? ¿apretarlo o dejar pasar algo más de tiempo?»
Y lo inquietante era que a ratos pensaba que apretaría el botón rojo sin dudarlo; pero apenas unos instantes después pensaba que no, que quizá, sólo quizá, debía esperar un poco más, dar a las ciegas hordas dependientes de mi gesto otra oportunidad.
The Minstrel of the Dawn is gone
Canadian folk music icon Gordon Lightfoot dead at 84.
Legendary singer died Monday night, according to his publicist.
CBC News · Posted: May 01, 2023 9:21 PM EDT
Tatiana
—Sí, eso es, gracias.
Para tres. Otto me había dicho que le acompañaría su hija. Comer con un cliente con niño —adolescente quizá— no era muy prometedor. Me preguntarán si soy anti-niños. No tengo ningún reparo en reconocer que así es. Si me gustasen los niños tendría una familia. Pero mi sentido de la libertad total no me ha llevado por ese camino. Sea como sea, hay que enfrentar las situaciones como se presentan.
—Sí, gracias, una cerveza, una cualquiera, ligera, Carlsberg, Budweiser, da igual.
Creo que Otto quería dejar una buena impresión. Me suele ocurrir que mis clientes son los que intentan impresionarme a mí, cuando debiera ser al revés.
Estaba con mi cerveza cuando apareció Otto.
Otto me había contratado para hacer un estudio de un sistema de seguridad de la empresa de la que era precisamente director de seguridad. En nuestros primeros encuentros congeniamos en seguida, y las negociaciones avanzaron con facilidad. Aunque yo no perdía de vista lo que me dijo un colega hace tiempo: «Recuerda siempre que un cliente es un cliente, aunque a veces te parezca un amigo; y lo mismo con tu jefe: no es tu compi, es tu jefe, por mucho que parezca un amiguete. Te dará una patada en el culo en cuanto se lo ordenen. Sé amable, échate unas risas con él si procede, pero no lo olvides: es tu jefe.»
—¿No iba a venir tu hija?
—Sí, debería… mira, ahora llega.
Yo estaba sentado de espaldas a la puerta, así que no la vi venir. Esta frase tiene dos sentidos que, como se verá luego, son ambos apropiados.
Otto hizo un gesto que me pareció inusual: se puso de pie, casi en posición de firmes y la esperó sonriente. Yo me levanté también y miré hacia la puerta. El contraluz del exterior sólo me permitía ver una figura alta que avanzaba hacia nosotros con paso algo lento. Yo creía que la hija de Otto era una colegiala, pero nada de eso. Para los lectores con tendencia a perder el hilo, advertiré que estoy a punto de hablar de una mujer.
Otto hizo las presentaciones.
Edda me dio la mano con firmeza y me quedé mirándola. De pronto me di cuenta de que debía decir algo, estaba paralizado y ella sonreía con curiosidad. Un nombre me vino a la mente, «Tatiana», y dije alguna frase convencional, de esas que se sacan del cajón de frases que hay que decir cuando procede.
Edda, Tatiana, estaba en el entorno de los veinte años. Alta, 1,75, con una apariencia por completo fuera de lo común. Yo esperaba una joven con jeans, un sweatshirt con el nombre de alguna universidad anglosajona, una pequeña mochila. Y lo que tenía delante era a Tatiana. Tatiana Nikolaievna Románova, segunda hija del último zar, Nicolás II, muerta el 17 de Julio de 1918 en el sótano de la casa Ipatiev, Yekaterinburg.
Edda rompió el encantamiento.
Otto hizo otro gesto poco habitual. Sujetó el respaldo del asiento de ella para acomodarla.
Miramos la carta e hicimos el pedido. Nada inusual. Parecía que nadie tenía apetito.
Como Otto y yo ya nos habíamos dicho todo lo necesario, y él comía algo distraído, yo me dedique a observar a Edda y oírle hablar.
—Estudio diseño industrial. Estoy a punto de acabar. No, no me dedico a decoración y eso. Diseños de cosas más corrientes, mobiliario de baños, de cocina… Si has usado un microondas alguna vez, (puso cara de "no creo que uses mucho un microondas". Ay Edda, claro que lo uso, y mucho más de lo que supones) te habrás dado cuenta de lo mal diseñados que están. En todos los sentidos. Ergonomía y función, eso es todo. Y por supuesto, economía en la fabricación, durabilidad, servicio post-venta simple, materiales reciclables… Te estoy aburriendo ¿no?
—No, no, me encanta enterarme de cosas técnicas de fuera de mi ámbito. Soy muy curioso.
No me pasó desapercibida la extrema corrección con que Edda se comportaba en la mesa. Apoyaba los antebrazos, nunca los codos; usaba los cubiertos con precisión, aunque con la ligereza de una larga práctica; no hablaba con la boca llena; se limpiaba los labios con la servilleta antes de beber, pero sin afectación. Hablaba y reía siempre sin levantar la voz.
Nos empezamos a reír y Otto levantó la cabeza.
—Edda dice que me tienes por un maniático de la seguridad.
—¡No, no, yo no he dicho eso!— Edda hizo un gesto de contención, consciente de haber levantado la voz. Creo que fue en ese instante cuando empezó el proceso. El proceso suele ser bastante rápido, y por lo general el inicio pasa desapercibido. Hasta que es demasiado tarde. No es mi caso. Por temperamento estoy siempre observándome y me doy cuenta en seguida. Pero como resulta agradable, a veces me dejo llevar hasta que una neurona especializada que tengo en la cabeza me avisa de que debo echar el freno.
Terminada la comida, antes de que empezáramos a pensar en pedir café, Edda se levantó de repente.
—Me voy. Tengo una clase. Adiós papá. Ya nos veremos—. Y dirigiéndose a mí: —Encantada, ciao.
Se levantó y salió sin más. Y el local quedó como vacío. Y yo ya no supe si estaba comiendo, si estábamos en los postres, en los cafés o qué.
Otto me miró con atención.
—Es muy graciosa, todo eso del diseño industrial… por cierto, la has educado muy bien.
—Bueno, el mérito es de mi mujer que es un poco cursi. Yo siempre digo que Edda empieza a parecer una de esas chicas a las que educan para entrar en el mundo de las relaciones sociales. Y en vez de eso, le ha dado por el mobiliario de cuartos de baño. No me digas que la cosa no tiene…
—No te quejes. No importa a qué se vaya a dedicar. Una buena educación nunca está de más.
Conversamos brevemente sobre el trabajo. Otto defendía la idea de seguridad basada en artilugios tecnológicos, como en las películas del tipo Misión Imposible, encriptación, reconocimiento de huellas dactilares, imágenes de la retina, cosas así, mientras que yo le insistía en algo más básico: control de acceso de las personas a los sitios donde estaba la información que había que proteger, por ejemplo.
Al rato, tras un par de copas de coñac, eché una mirada a mi reloj, un gesto de lenguaje corporal con el que se indica que la reunión ha terminado.
—Me voy a tener que ir. El avión es a las siete y tengo que pasar por el hotel a recoger la maleta.
—Bien. ¿Quieres que te lleve?
—No, gracias Otto, me las arreglo.
—Entonces quedamos a partir del catorce— dije. —Traeré el proyecto retocado y tú hablas con la junta.
Nos dimos la mano.
—Gracias por la comida. A ver si sale todo bien y nos apuntamos un tanto. Mis saludos a Tatiana.
Otto me miró con gesto de sorpresa.
—¿Tatiana? Querrás decir Edda.
Por dios, cómo puedo ser tán estúpido…
—Ah, sí, ya sabes, soy un desastre con los nombres.
Me miró con sonrisa de curiosidad.
—Lo que yo decía. Te ha gustado.
Estas son las cosas que van minando mi salud. Una y otra y otra.
El avión está en la pista de rodaje, acercándose al extremo de la 07R para despegar. Tengo algo de sueño. Empiezo a divagar.
Ahí quedará todo eso, en ese universo inexistente donde habitan las palabras no dichas, las bifurcaciones del sendero desechadas; donde moran los elfos y los unicornios; los números
imaginarios, y las bombillas fundidas.
wings upon an Eden lost
I have never seen her clearNor known from what deep shade she slips,Yet I have felt her sudden wingsBrush against my lips.
(Eunice Tietjens)
* * *
There is no text to carve upon this stone,Only the two dates and the single nameWhose syllabes like music shake the breastIn piercing flash upon an Eden lost.(Clara Shanafelt)